viernes, 12 de diciembre de 2025

Los antecedentes históricos del franquismo (4) - El fracaso de la Segunda República


5. Fracaso de la República

La caída de Primo de Rivera entrañaría también la de Alfonso XIII. Los partidos políticos le achacaban el compromiso del Rey con el Dictador. Era cuestión de tiempo que la caída del segundo no arrastrara al primero. También en esto, existe cierto paralelismo entre Primo de Rivera (“primera dictadura”) y Franco (“segunda dictadura”): la muerte del primero supuso el advenimiento de la República, pero la muerte del segundo, no fue la “instauración” en la que pensaba, sino más bien en una “república coronada” en la que el Rey lo es solo nominalmente, sin prácticamente atribuciones, ni siquiera la de disolver gobiernos o convocar elecciones; incluso como “jefe de las fuerzas armadas” debe actuar según los designios del gobierno, hasta el punto de que sus desplazamientos y visitas, tanto a regiones de España como a países extranjeros, deben ser autorizados por el gobierno…

Tras la dimisión de Primo de Rivera, se inicia un corto período de gobierno presidido por el general Dámaso Berenguer, conocido como “dictablanda” (once meses desde enero de 1930 a 1931) caracterizado por dos fenómenos: un aumento de los ataques a la monarquía y la división efectiva de la sociedad española en dos sectores: monárquicos y republicanos. Durante ese tiempo, la deserción de notables del campo monárquico al republicano fue en aumento. Finalmente, el Pacto de San Sebastián, promovido por la Alianza Republicana, unió a todos los partidos de esta orientación en un frente único al que se sumaron, finalmente, UGT y el PSOE. Por entonces no existía nada parecido al CIS, pero todo induce a pensar que el sentir mayoritario de la población en aquel momento, era favorable a la monarquía en la España rural y a la República en las grandes ciudades. Si fue posible la llegada de la República se debió, sobre todo, a las deserciones que se dieron entre los políticos monárquicos predispuestos al entreguismo. Cuando se conocieron los resultados de las elecciones del 12 de abril de 1931, los monárquicos obtuvieron el mayor número de concejales, pero el hecho de que en treinta capitales de provincia hubieran triunfado candidaturas republicas, por una decena monárquicas, generó un estado depresivo entre los monárquicos y en la propia Casa Real. ¡Los propios monárquicos, desconocieron el hecho de que España seguía siendo un país mayoritariamente rural y que, en esas zonas, indiscutiblemente, ellos habían obtenido una amplia mayoría! Más que una lucha entre monárquicos y republicanos, la República supuso la victoria de la España urbana sobre la rural.

En Cataluña los resultados eran favorables a ERC, mientras que, en Madrid, los republicanos se movilizaban eufóricos. La Guardia Civil y el Ejército mantuvieron una escrupulosa neutralidad. Unas elecciones que debían haber dado como resultado quién gobernaría en ciudades y pueblos, terminó siendo un “referéndum sobre la monarquía”. Lo que resulta sorprendente es constar que jamás se conocieron los resultados definitivos. Votó el 67%, pero el sistema electoral de la época, implicaba que en pueblos donde solamente se había presentado una candidatura, ésta fuera proclamada ganadora. A falta de confirmaciones y recuentos de votos, siempre se ha considerado que los monárquicos ganaron en zonas rurales y los republicanos en las grandes ciudades. Cuando el gobierno dio resultados el 13 de abril fueron parciales, relativos a 28.025 concejales sobre un total de 89.099, sin que se mencionaran los votos. Las cifras dadas eran de 22.150 concejales monárquicos por 5.875 republicanos. Sea como fuere, estos datos importan relativamente poco -se destruyeron actas y las que pudieron examinarse se comprobó que estaban repletas de errores-, y no se conocerán jamás. Fue la presión de las masas movilizadas a favor de la República y la actitud timorata de los dirigentes monárquicos, lo que más contribuyó a la proclamación de la República. No hubo nada heroico, ni en la defensa de la monarquía, ni en la actitud del Rey, ni mucho menos en la rapidez y la absoluta ilegalidad con la que se proclamó la República: se iniciaban cinco años vertiginosos que concluirían con la Guerra Civil.

Si la República sirvió para algo fue para extremar la polarización de la sociedad española. La República sustituyó el “turnismo” caciquil por las luchas a muerte entre banderías. No se trataba de dos actitudes burguesas, la conservadora y la liberal, sino que se había introducido un tercer factor: los radicalismos socialista y anarquista que proclamaron el “antifascismo” antes de la llegada del fascismo y para los que cualquier cosa que no fueran sus propias banderas, era considerada como fascismo.

La República empezó mal: no solamente fue incapaz de resolver todos los problemas existentes hasta entonces, sino que abrió nuevos conflictos. Durante los cinco años previos al estallido de la Guerra Civil, no hubo día en lo que no se produjera algún episodio de violencia política. La inestabilidad de los gobiernos fue congénita. La corrupción generalizada. A los pocos días de nacer la República, el caos ya se había instaurado en la sociedad: la decepción se instaló pronto en una sociedad que había entrado en crisis desde finales del XVIII y que, desde entonces apenas había conocido períodos de paz civil.

Los sectores católicos fueron los primeros decepcionados. Apenas un mes después de la proclamación de la República, en mayo, se inició el episodio conocido como “la quema de conventos”. Este episodio marcó la pauta de lo que iba a ser la futura constitución elaborada por republicanos y socialistas: no era solo laica, con fuerte influencia masónica, sino que también era profundamente anticlerical y definía en el Artículo primero a España como “una República democrática de trabajadores de toda clase”. La impresión que da la lectura de su texto, es que, aparte de la obsesión laica (que contrastaba con la mayoría católica del país), esta constitución era como cualquier otra de las que España ha tenido antes y tendrá después: ni mejor, ni peor, todo dependía de que las fuerzas políticas actuaran de manera razonable y mediante consensos o se perdieran en dogmatismos que, como era previsible, concluirían en una escalada de tensión.

¿Quién fue responsable de esa escalada? Si nos remontamos a las primeras semanas del nuevo régimen está muy claro que esa responsabilidad corresponde a los grupos políticos que promovieron la República y que excluyeron a cualquier otro grupo político de su proyecto. Los católicos, a la vista de la “quema de conventos” y de la batería de medidas laicas y anticlericales que se aprobaron en los primeros meses, pronto dieron la espalda a la República; luego, los monárquicos se sintieron perseguidos y marginados (a pesar de que se trataba de un amplio sector de la población). La burguesía y las gentes “de orden” deploraron las sublevaciones anarquistas que se fueron sucediendo en los primeros dos años, mientras que la represión de que fueron objeto, enajenó el apoyo de los sectores más radicales de la CNT que cayo en manos de la Federación Anarquista Ibérica. Cada día que pasaba, parecía como si la base social de la República se fuera reduciendo poco a poco. Para colmo, había que insertar los años de la República en un momento de desprestigio absoluto de los regímenes democrático-parlamentarios ante la ofensiva de los fascismos y del bolchevismo. La democracia llegó a España, como un “logro”, en el momento en el que los regímenes parlamentarios ya estaban ampliamente desacreditados.

La historia de la República tiene tres fases: el “bienio reformista” (1931-1933), el “bienio conservador (1933-35) y la “crisis total” (1936). En la primera fase, las medidas masónico-laicas y antimonárquicas, generaron la reacción de algunos elementos monárquicos que intentaron un golpe de Estado en agosto de 1932 conocido como “la sanjurjada”. La agitación social prosiguió con nuevos intentos de sublevación anarquista que culminaron con sus sucesos de Casas Viejas en enero de 1933. Estos hechos demostraron que parte de los monárquicos y de los anarquistas, se solidarizaban con el nuevo régimen: los primeros, por considerar que la República iba dirigida contra ellos y los segundos que la apoyaron por considerarla “revolucionaria” y patrimonio “de los trabajadores”, quedaron decepcionados por la brutalidad de la represión.

La inestabilidad de los dos primeros años y la insistencia de Clara Campoamor en la conquista del voto para la mujer, fueron los dos elementos que generaron un abrumador triunfo de las derechas en las elecciones de 1933. La Unión de las Derechas obtuvo 2.657.800 votos y 210 escaños (173 más que en 1931), quedando por delante de la Unión de Centro con 2.270.700 votos (4 más que en 1931) y 127 diputados, mientras que el PSOE se quedaba en 1.858.300votos y 59 diputados (56 menos que en 1931). La victoria de la derecha católica era incuestionable, sin embargo, el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, optó por pedir a Alejandro Lerroux (el partido que habia quedado segundo) que formara gobierno. Gil Robles apoyó, inicialmente este gobierno, a pesar de haber sido el ganador de las elecciones. Esta elección de Alcalá-Zamora se debió a tres factores: la consideración de que la República era “cosa de izquierdas” y que estas no aceptarían la presencia en el gobierno de alguien que no tuviera credenciales republicanas; la consideración de que los triunfadores de las elecciones eran “accidentalistas”, esto es monárquicos que habían aceptado la República como “accidente” y que asumían su legalidad, pero no su legitimidad; y en última instancia por la presión de la masonería (el Partido Radical de Lerroux y él mismo, parecían una sucursal de las logias y todavía no se ha cerrado el debate sobre si Alcalá-Zamora pertenecía o no a las logias, si bien se conoce que la mayoría de jefes de gobierno de la República pertenecieron a la masonería: Manuel Azaña, Diego Martínez Barrio, Ricardo Samper y Manuel Portela Valladares).

En el momento en el Gil Robles reclamó cuatro ministerios para seguir apoyando al gobierno de Lerroux, el PSOE y los independentistas catalanes intentaron un golpe de Estado “antifascista” (el fascismo en España en esos momentos de reducía a grupos muy minoritarios y los socialistas, deliberadamente o por ignorancia, consideraban a la CEDA como “fascista”, cuando no pasaba de ser un “partido de orden” (del que se había desgajado Renovación Española, formada por los conservadores “no accidentalistas”, esto es, por aquellos que deseaban explícitamente el retorno al régimen monárquico). El golpe fracaso desde las primeras horas en Cataluña y en el resto de España, de ahí que haya sido llamado “la Revolución de Asturias” por ser solamente en esa región en donde se prolongó la resistencia armada durante dos semanas, generando un millar de muertos, 2.000 heridos y 30.000 encarcelados. Esas dos semanas pueden ser consideradas como el prolegómeno a la Guerra Civil.

En realidad, durante ese período, se intentaron revertir algunas de las reformas anticlericales aprobadas en los primeros meses de la República. No fue, desde luego, una “contrarreforma”, pero así se lo tomó la izquierda que, como Julián Besteiro, llegó a hablar de un “contubernio entre católicos y masones” (cuando en el PSOE eran muchos los miembros de la masonería presentes en el parlamento: Fernando de los Ríos, Ángel Galarza, González Peña, etc). Pero el problema no era ese, sino que el Partido Radical era un foco profundo de corrupción: el 19 de octubre estalló el “escándalo del estraperlo” (sobornos a políticos lerrouxistas para permitir la instalación de ruletas eléctricas trucadas en casinos, con su prolongación en el “asunto Nombela”) que supuso el fin del gobierno Lerroux y la convocatoria de elecciones anticipadas para febrero de 1936.

Para estas elecciones se formó un frente de izquierdas formado por el PSOE, Izquierda Republicana, Unión Republicana, ERC, PCE, POUM y Partido Sindicalista que contó con el “apoyo exterior” de la CNT (que en 1933 había decretado la abstención), que tenía su réplica en el Frente Nacional Contrarrevolucionario (en cuyas candidaturas participaron la CEDA, Renovación Española, los carlistas, el Partido Agrario y el Partido Nacionalista, el Partido Republicano Radical y la Lliga Regionalista. Con una alta participación (72%) el Frente Popular venció por 4.654.116 votos (47%, 286 diputados), mientras que la derecha quedaba a corta distancia con 4.503.505 votos (46,48%, 141 diputados), hundiéndose el “centro político” con apenas 400.901 votos (5% y 46 diputados). Como puede verse: la ley electoral beneficiaba con mucha diferencia al partido que había obtenido más votos: con apenas un 1’50% más, el Frente Popular lograba 145 diputados más que la derecha. A esta disfunción absoluta operada por el sistema electoral, se unía el hecho de que se produjeron abusos y fraude electoral en nueve provincias y fue necesario repetir las elecciones en Cuenca. Desde la disolución de las Cortes en enero de 1936 hasta la jornada electoral, murieron en el curso de atentados y de episodios de violencia política, 41 personas y otras 80 resultaron heridas (otras cifras elevan estos números a prácticamente el doble).

Lejos de resolver la situación, el resultado electoral galvanizó los ánimos de una y otra parte. El ambiente político se volvió extremadamente tenso, la violencia callejera se recrudeció apareciendo las primeras “venganzas” cubiertas como “asesinatos políticos” cuando no eran más que de “ajustes de cuentas personales” (incluso por “asuntos de faldas”, como el asesinato de los hermanos Badía en Barcelona por pistoleros al servicio, presumiblemente, del Luís Companys), huelgas salvajes y desórdenes constantes. La CEDA salió de estas elecciones completamente desmoralizada y, a pesar de la endeblez del grupo parlamentario de Renovación Española – Bloque Nacional, el protagonismo como líder de la oposición fue asumido por José Calvo Sotelo que resultaría asesinado el 13 de julio, como represalia por el asesinato del teniente de la Guardia de Asalto, José del Castillo (miembro de la Unión Militar Republicana, instructor de las milicias socialistas y uno de los responsables de la muerte de un primo hermano del fundador de Falange Española y de un carlista que recibió una bala del propio teniente). Nunca se ha conocido la identidad de los asesinos de Castillo, pero no cabe la menor duda de la militancia socialista de los que mataron a Calvo Sotelo.

El asesinato de Calvo Sotelo fue el indicativo de que la situación había llegado al límite: en las semanas anteriores, la oleada de huelgas y violencia de la izquierda era respondida cada vez con mayor dureza por las milicias falangistas que se habían visto reforzadas por miles de antiguos miembros de las juventudes de la derecha y se encontraban en clandestinidad. Oficialmente, la Guerra Civil comenzó el 17 de julio de 1936, pero en realidad, había que retrasar esa fecha hasta el 16 de febrero (fecha de la victoria electoral del Frente Popular), o incluso hasta el mismo día en el que se inició la andadura republicana el 14 de abril de 1931: en efecto, desde ese momento, cada día, España vivió un permanente conflicto entre derechas e izquierdas, entre monárquicos y republicanos, entre laicos masónicos y católicos intransigentes. Poco a poco (y el resultado electoral de 1936 lo confirma), los partidos de centro fueron desapareciendo y el pueblo español se fue radicalizando. La “sanjurjada” por un lado, el golpe socialista de Asturias, la rebelión independentista de Companys, los cientos y cientos de episodios de violencia política demostraron a las claras que la Segunda República se había vuelto inviable. De hecho, lo fue desde el principio. A partir del 17 de julio de 1936, España entró en la única vía que le quedaba por andar: la Guerra Civil.

La sublevación del Ejército de África y de varias guarniciones de la península, hizo que la larga agonía republicana, los 987 días de Guerra Civil, situarán al General Francisco Franco al frente de los destinos del Estado Español durante un largo período de nuestra historia. Cuando agoniza la República (víctima de sus propios errores, de su radicalismo, de ideas equivocadas sobre lo que era la “democracia” y el “antifascismo”, de las luchas entre partidos, del atraso secular que arrastraba España desde finales del XVIII, la “pirámide de fracasos” de la que hablará Ramiro Ledesma), Franco se fijará dos objetivos: restablecer la paz y aplicar un programa regeneracionista. Nadie puede negar hoy que ambos eran necesarios.



 









jueves, 11 de diciembre de 2025

Los antecedentes históricos del franquismo (3) - El fracaso de la "primera Dictadura" del siglo XX

4. Fracaso de la primera Dictadura del siglo XX

Uno de los sectores en los que el regeneracionismo arraigó con más intensidad, fue en el Ejército. No en vano las fuerzas armadas habían jurado fidelidad a la bandera y no podía negarse que en sus filas existía un hondo patriotismo y un profundo malestar por el período que estaba viviendo España entre el “desastre del 98” y la época del pistolerismo. Las dos dictaduras del siglo XX, la de Miguel Primo de Rivera y la de Franco, fueron, en esencia, “regeneracionistas”. Los militares no serían los únicos regeneracionistas, pero sí los que mantuvieron durante más tiempo los mismos ideales que, en la práctica, se prolongan hasta el tardofranquismo.

El asalto de un grupo de oficiales de la guarnición de Barcelona a la redacción del Cu-cut!, periódico satírico, y a La Veu de Catalunya, propiedad de la Lliga Regionalista, en 1905, además se ser el primer choque entre militares y el poder mediático que tuvo lugar en el siglo XX, fue también ejemplo de la lucha entre regeneracionistas y regionalistas periféricos. Estos asaltos tuvieron lugar después de la publicación de una caricatura y de varios artículos en los que estos medios ironizaban sobre las derrotas del ejército, como si fueran algo ajenas a Cataluña. Alfonso XIII, tomó partido por el ejército. Fue a raíz de estos incidentes como cayó el gobierno del Partido Liberal (Moret) y el Rey llamó al Partido Conservador (Antonio Maura) para formar gobierno.

El catalanismo, que hasta ese momento había sido minoritario, atizando el victimismo, constituyó en torno suyo Solidaritat Catalana, frente en el que participaron casi todos los partidos catalanes, obteniendo un triunfo arrollador en las elecciones generales de 1906, obteniendo 41 de los 44 escaños que correspondían a las provincias catalanas. A partir de ese momento, el “regionalismo” (que pronto, mutaría en nacionalismo independentista) se convirtió en un nuevo problema.

Tres años después, la “Semana Trágica” demostró que la burguesía catalana, por sí misma, era incapaz de mantener el orden y contener los movimientos extremistas de carácter anarquista, ligados a los republicanos. Para sobrevivir, la burguesía catalana precisa del concurso y la ayuda del Ejército español, esto es, del Estado Español.  Estas necesidades persisten todavía hoy, cuando las amenazas que pesan sobre Cataluña son muy diferentes (la inmigración masiva e inintegrable) y son las que están en el fondo del fracaso del “procés” independentista).

La “Semana Trágica” supuso la caída del gobierno de Maura y el nombramiento del liberal José Canalejas como su sucesor. Así se llegó al “gobierno largo” (de apenas ¡dos años! de duración, algo excepcional en la época). Durante 1910-1912, Canalejas reconoció la existencia de nuevos problemas. El más preocupante era el aumento de la población española que había pasado de 18.600.000 habitantes en 1900, a 20.050.000 doce años después. Hoy puede parecer un aumento insignificante, pero en aquellos primeros pasos del siglo XX, y para un sistema económico, de escaso crecimiento, suponía un problema que se fue agravando en los años siguientes (en 1930, el censo daba 23.600.00 millones, gracias a las mejoras sanitarias abordadas por la Dictadura). Este aumento poblacional generó migraciones interiores de las zonas más deprimidas a las regiones más industrializadas. Y todo esto sin contar que entre 1900 y 1930 emigraron a América, 4.000.000 de españoles (quizás un millón más, si tenemos en cuenta a la emigración clandestina). “Hacer las Américas” se convirtió en una alternativa para jóvenes que huían de la inestabilidad, del anquilosamiento del sistema económico español y del a parálisis política. Los destinos más habituales fueron Cuba y Argentina. La España rural empezaba a abandonar el campo y a concentrarse en torno a las grandes ciudades.

Tras el asesinato de Canalejas, España iniciará una larga deriva que culminará en 1923 con la proclamación de la Dictadura del General Primo de Rivera. En los meses después a la desaparición del estadista, tanto el Partido Liberal como el Conservador se fracturaron interiormente y desaparecieron en la práctica. Cuando el conde de Romanones asume el poder en 1913, ya no queda nada del canovismo ni de la alternancia. Seguimos en la Restauración, al menos formalmente, pero sin pilotos en la cabina de mando.

Mientras, se ha creado la CNT y el Sindicato Minero Asturiano vinculado al PSOE, ambos en 1910. Son años de huelgas continuas y de conflictos obreros de envergadura, del que el principal fue la huelga ferroviaria de 1916. Al año siguiente, las protestas obreras en todo el mundo se centuplican por la euforia del estallido revolucionario en Rusia el mes de octubre de 1917. El año 1917 es de mala cosecha: otro factor que excitará las protestas sociales. Como contrapeso aparecen ese mismo año las juntas de Defensa compuestas por jefes y oficiales, una especie de “sindicato militar legalizado”. Más huelgas, más presión del regionalismo catalán: 1917 es el inicio de la crisis terminal del régimen de la Restauración. Al año siguiente nadie quiere hacerse cargo del gobierno, incluso Alfonso XIII amenaza con abdicar. Entonces Maura acepta la propuesta de formar gobierno. Pero la Restauración está rota.

Incluso el ejército se ha partido en dos. Por un lado, los militares “africanistas” que llevaban sobre sus espaldas el peso de la guerra de Marruecos y acusaban al otro sector, a los miembros de las Juntas de Defensa, de burócratas. Esta división se prolongará hasta la Guerra Civil y será una de las causas, tanto del golpe de 1923, como del alzamiento de una parte del ejército en 1936.

Otro tanto ocurre en el mundo sindical. La UGT convoca una huelga general en 1917, constituyó un fracaso. La UGT, fuerte en Madrid y el País Vasco, era débil en Cataluña y Andalucía, a su vez, bastiones de la CNT. Ambas organizaciones pactaron un día de huelga general en diciembre de 1916 que resultó un éxito de movilización y apoyos, pero sin resultados en las reivindicaciones. Así que, los sindicatos pactaron una “huelga general indefinida” de carácter “revolucionario”. Pero, pronto surgieron discrepancias entre los convocantes: la CNT empezó a desconfiar de los contactos con “políticos burgueses” de la UGT y del carácter que este sindicato quería dar. La huelga fue un fracaso relativo (apenas cinco días y solo en las grandes zonas urbanas e industriales). El balance final fue de 71 muertos, 156 heridos y 2000 detenidos. Para afrontar el desafío sindical, Alfonso XIII nombró un “gobierno de concentración” en el que participó también la Lliga Regionalista de Cambó. En las elecciones de 1918, el PSOE colocó en sus listas a los dirigentes de la UGT que habían instigado la huelga.

Mayor impacto tuvo, al menos en Cataluña, la huelga de “La Canadiense”, en 1919 que se prolongó durante 45 días y paralizó el 70% de la industria catalana. Esta huelga contribuyó a que la CNT alcanzara la hegemonía en el medio obrero catalán y se saldó con mejoras salariales, amnistía de los detenidos, readmisión de despedidos y jornada de ocho horas. Pero también el campo opuesto se reorganizó con la creación de la Federación Patronal Catalana, la más intransigente y combativa patronal que creó “listas negras”, multiplicó los lockouts y los despidos masivos como tácticas contra el movimiento obrero.

El gobierno había afrontado sucesivamente tres desafíos: el militar (con la creación de las Juntas de Defensa), el catalanista (con la creación de Solidaritat Catalana) y el proletario (con la irrupción de UGT y CNT). Ninguno de ellos había sido resuelto. Todos quedaban pendientes de solución. Los problemas se acumulaban. Y, para colmo, en Cataluña, las luchas entre la patronal y la CNT dio lugar, como hemos visto, al fenómeno del pistolerismo: en apenas 5 años (1917-1923) se produjeron 267 muertos y 583 heridos. En el verano de 1921 se agravó la crisis del Rif con el desastre de Annual en el verano de 1921 (12.000 soldados españoles muertos).

Tras el descalabro, Alfonso XIII había expresado su deseo de enderezar la situación “fuera o dentro de la Constitución”. El general Miguel Primo de Rivera, Gobernador Militar de Cataluña tomó cartas en el asunto: el 13 de septiembre de 1923 se inició la “primera Dictadura”. El Rey, que había permanecido alejado de la preparación del golpe, apoyó la decisión de Primo de Rivera: pero, contrariamente, a lo que se ha creído desde entonces, no encabezó el pronunciamiento que fue una acción unánime de todo el estamento militar.

¿Era Primo de Rivera el “cirujano de hierro” que había pedido Joaquín Costa tras el “desastre del 98”? El poder militar había triunfado sobre el poder civil: cuando éste se vio incapaz de enderezar la situación, apareció el “puñado de soldados” que salvó a la Patria. Sin embargo, solamente en los primeros momentos el poder militar sustituyó completamente a la ineptitud del poder civil. En efecto, en 1923-1925, el directorio militar ocupó todos los ministerios, los burócratas, subsecretarios y políticos profesionales, fueron sustituidos por militares de carrera. El país apoyó la decisión que solamente fue deplorada por la clase política, enviada al paro.

El Dictador nunca pretendió eternizarse en el poder y siempre declaró que su gobierno sería provisional y, por tanto, evitó acometer reformas constitucionales. España seguía siendo una monarquía parlamentaria y así seguiría siendo. De hecho, solamente existió un “gobierno militar” entre la fecha del golpe, cuando se constituyó un “Directorio Militar” y diciembre de 1925, en el que Primo de Rivera creó un Directorio Civil” (junto a una Asamblea Nacional Consultiva) que ejerció como gobierno efectivo de la nación. En los primeros momentos, las declaraciones sobre la temporalidad de la Dictadura convencieron a los más, pero a medida que se prolongaba esta etapa, se hizo evidente que faltaba “legitimidad” y, sobre todo, conciencia de hasta cuándo iba a durar el régimen a la vista de que los problemas resueltos eran menores que los que se iban acumulando.


Sin embargo, la principal característica de la Dictadura serían sus continuos cambios de criterio en materias capitales. El balance final de la Dictadura es una mezcla de logros y fracasos de los que resulta imposible extraer un balance final.

Entre los fracasos se cuenta, la progresiva pérdida de apoyos (obreros, patronales, intelectuales e, incluso, militares), la incapacidad para resolver los grandes problemas estructurales del país, especialmente el caciquismo, contra el que Primo de Rivera apenas pudo hacer nada; al llegar la crisis de 1929, aunque España no fue de las naciones más afectadas, pero se notó la crisis financiera y el paro fue aumentando, lo que facilitó la acción de los sindicatos clandestinos que, a partir de 1925 se fueron reorganizando y empezaron a crear dificultades que luego, desde los primeros meses de la República, se multiplicarían exponencialmente. En general, la Dictadura respondió con medidas represivas que, inicialmente, afectaron a los partidos políticos (que fueron disueltos), a la prensa (que fue sometida a censura) y a los sindicatos (especialmente a la CNT, intentando integrar a la UGT en los Comités Paritarios constituidos por el ministro Eduardo Aunós).

Las primeras muestras de descontento, se habían iniciado en 1926 con la “sanjuanada”, golpe revisto para la “noche de San Juan” y que fracasó. El golpe había sido instigado por las viejas glorias de la Restauración, junto a oficiales del Cuerpo de Artillería. A partir de ahí, empezó la disidencia militar. Consciente de la necesidad de una reforma del estamento militar, especialmente tras la pacificación de Marruecos, las medidas adoptadas generaron descontento en las filas militares en donde la unidad del estamento demostrada en el momento del golpe se rompió pronto, volviéndose a la división entre “africanistas” y “junteros”: Primo de Rivera, optó, primero por los “junteros” partidarios de abandonar Marruecos, pero luego en 1925, optó por los “africanistas”, organizando el desembarco de Alhucemas. En ese momento, de todas formas, la polémica no se centraba en tanto en la guerra del Rif como en la política de ascensos: los “junteros” proponían que se realizasen por antigüedad, los “africanistas” por “méritos de guerra”. Esto generó que los “junteros”, a partir de 1926, empezaran a contactar con representantes de los disueltos partidos políticos para finiquitar la Dictadura, mientras que los “africanistas” reabrían la Academia General Militar de Zaragoza con Francisco Franco como director, demostrando que Primo de Rivera había terminado apoyándolos en detrimento de artilleros, intendencia, sanidad e ingenieros (en los que figuraban muchos miembros de la aristocracia).

Finalmente, los intelectuales rompieron tempranamente con la Dictadura y tuvieron un papel decisivo en la última etapa del régimen solidarizándose en 1929 con los estudiantes que protestaban contra la Ley Callejo. Primo de Rivera dio su brazo a torcer presionado por las patronales que temían el fracaso de los “eventos del 29” (las exposiciones internacionales de Barcelona y Sevilla) y la reunión de la Sociedad de Naciones que debía celebrarse en Madrid. El Ateneo de Madrid, por otra parte, se había convertido en un foro disidente y fue clausurado. La crisis con los intelectuales llegó hasta el extremo de enviar a Miguel de Unamuno a Fuerteventura a raíz de un artículo publicado en la prensa argentina.

Con el regionalismo, la política de la Dictadura fue también oscilante. Cambó tenía esperanzas en que el Dictador, al que conocía, accediera a algunas reivindicaciones catalanistas, a lo que éste, inicialmente, pareció dispuesto. Pero pronto, tales esperanzas se vieron decepcionadas, entablándose una larga polémica sobre el uso del catalán en las predicaciones de la Iglesia, desde el momento en el que Primo de Rivera consideró que la cuestión lingüística era el principal caballo de batalla del independentismo.

Si estos fueron los fracasos más sonados de la Dictadura, toca ahora aludir a sus éxitos. El más notorio fue la pacificación de Marruecos tras el desembarco de Alhucemas. No solamente el protectorado se estabilizó, sino que la victoria dio un gran prestigio al gobierno de Primo de Rivera. También, en una primera fase, la cooperación con la UGT y el PSOE, hizo que disminuyeran las tensiones sociales que se redujeron a las generadas por la CNT. El Dictador creó la Organización Corporativa del Trabajo en 1926 para regular los problemas laborales. También se adoptaron medidas sociales como el Código de Trabajo y el seguro de maternidad. Aumentó la dotación para crear infraestructuras de nuevo cuño (aeropuertos), obras hidráulicas y carreteras. Se adoptó una política económica proteccionistas que facilitó el desarrollo de la industria y el aumento de la producción; tres grandes empresas nacionales fueron creadas (Telefónica, CAMPSA e Iberia) y hasta 1928 se produjo un desarrollo económico notable que, de haber seguido, hubiera facilitado la recuperación del tiempo perdido durante el siglo XIX. Aumentaron las inversiones en educación (se crearon 5.000 escuelas, 25 institutos de enseñanza media y se inició la construcción de la Ciudad Universitaria de Madrid) y sanidad y empezó la lucha contra el analfabetismo, finalmente, se mejoró el funcionamiento de la administración y, por supuesto, en el terreno del orden público, la situación igualmente mejoró, especialmente en lo relativo al terrorismo. El número se universitarios se multiplicó por tres en los años de la Dictadura.

La creación de la Unión Patriótica no puede considerarse un éxito: el partido, provisto de un fuerte carácter “regeneracionista”, no consiguió ser una fuerza social decisiva para sobrevivir tras el fin de la dictadura. Como ocurriría posteriormente con el Movimiento Nacional franquista, su programa inicial, sería podado y declarado “apolítico”… pero “patriótico”.

El resultado fue que, a finales de los años 20, estaba claro que Primo de Rivera había sufrido un desprestigio constante y que Alfonso XIII ya no apreciaba su gestión como en 1923. La Dictadura había reducido extraordinariamente su base social, incluso en el ejército. Sin aferrarse al poder, sin tratar de eternizarse, Primo de Rivera presentó su dimisión el 28 de enero de 1930 (“por razones de salud”), muriendo en París 47 días después. Trasladado su cuerpo a España, sus restos no recibieron ningún tratamiento especial, ni fueron recibidos por unidades militares en atención a su rango. 



 









miércoles, 10 de diciembre de 2025

Los antecedentes históricos del franquismo (2) - Pistolerismo, terrorismo, magnicidios


3. Radicalización social y política

Desde el inicio del reinado de Alfonso XIII, se abre un nuevo período de inestabilidad política. Prácticamente el primer tercio del siglo XX está ocupado por el reinado de este Borbón que, más que ningún otro antes suyo, decidió intervenir en política. También aquí podemos aludir a un fracaso histórico. Alfonso XIII reinó desde su mayoría de edad, 16 años, en 1902. Alfonso XIII puede considerarse un “rey regeneracionista”.

Por entonces, la situación política ya se había radicalizado. Mateo Morral, hijo de un industrial catalán, que conoció al anarquista italiano Enrico Malatesta y trabajó como bibliotecario en la Escuela Moderna de Ferrer Guardia, se asoció con Luis Buffi, un médico anarquista partidario del control de natalidad y con otros anarquistas nacionales y extranjeros. Morral era un “chico bien”, lo que hoy llamaríamos un “intelectual progre” o un “izquierdista caviar”, hablaba alemán y francés con soltura. Había conocido a Michele Angiolillo, el anarquista que había asesinado a Cánovas en 1897 y, como puede verse, estaba relacionado con la “élite” del radicalismo anarquista partidario del ejercicio del terrorismo.

Morral lanzó una bomba Orsini oculta en un ramo de flores, contra la caravana de Alfonso XIII y de su esposa desde el balcón de su pensión en el número 84 de la calle Mayor. Los reyes salieron ilesos, pero murieron 25 personas (de las que 15 eran militares) y otras 200 resultaron heridas. Otra bomba Orsini fue encontrada sin explotar. Morral fue localizado poco después, al intentar tomar un tren para Barcelona, mató a un guardia que intentó detenerlo y luego se suicidó. La Guardia Civil custodió el cadáver para impedir que fuera destrozado por la multitud.

Este atentado y el asesinato previo de Cánovas suponen una “línea de tendencia” y la intensificación de los atentados anarquistas que ya se habían manifestado, siempre protagonizado por anarquistas, desde la bomba del Liceo de Barcelona en 1893 (20 muertos) y el atentado contra la procesión del Corpus de Barcelona en 1896 (12 muertos). Desde ese momento y hasta la dictadura de Primo de Rivera, el anarquista sería el principal factor de desestabilización y terrorismo que estuvo presente en la sociedad española.

Previamente se habían producido dos hechos fundamentales: por una parte, la victoria en Cataluña de Solidaridad Catalana en 1907, opción electoral formada por todos los partidos catalanes (salvo el Partido Radical de Lerroux), incluyendo al carlismo. Esta victoria rompió el esquema “turnista” de la Restauración. Dos años después, en 1909, estalló la Semana Trágica tras el decreto de Antonio Maura de enviar tropas a África. En el curso de los combates urbanos perecieron 150 civiles y 8 militares. Tras el “desastre del 98”, España decidió recuperar protagonismo en África (en Guinea Ecuatorial y en el Rif). En julio de 1909 se produjo la sublevación rifeña con un ataque al ferrocarril que unía las minas del Rif (propiedad del conde de Romanones y del conde de Güell. Así se inició la “segunda guerra del Rif” o “Guerra de Melilla”. Maura, entonces presidente, movilizó a los reservistas que afectó solamente a los reclutas que no pudieron pagar los 6.000 reales de rescate: los llamados a morir por las minas del Rif eran, sobre todo, hijos del proletariado y del campesinado, buena parte de ellos casados y con hijos.

La insurrección se inició en el puerto durante el embarque de tropas y de ahí se extendió a las provincias de Barcelona y Gerona en las que se formarían “juntas revolucionarias” que proclamarían la república. Barcelona quedó aislada del resto de España y solamente cuatro días después del inicio de la revuelta llegaron tropas que restablecieron el orden. Resultaron incendiados un centenar de edificios religiosos. Se produjeron miles de detenidos, 2000 procesos, 175 penas de destierro, 59 cadenas perpetuas y 5 condenas a muerte (entre ellas la de Ferrer Guardia considerado como líder de la revuelta). Al igual que luego ocurriría en septiembre de 1975, se produjeron manifestaciones en toda Europa para pedir clemencia por Ferrer Guardia. Estas protestas fueron la excusa que Alfonso XIII encontró para destituir a Antonio Maura de la presidencia del gobierno y entregársela al liberal Moret, miembro de la francmasonería (al igual que Ferrer Guardia).

Cuando todavía no se habían calmado los ánimos por la Semana Trágica y la ejecución de Ferrer Guardia, José Canalejas, entonces presidente del gobierno resultó asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas. Aparte del estupor que causa saber que dos jefes de gobierno fueron asesinatos en el curso de pocos años y que desde el último cuarto del siglo XIX hasta 1923, el anarquismo se había configurado como un movimiento de carácter terrorista, con sospechas de que fuera manipulado por unos o por otros a la vista de la debilidad de sus estructuras políticas y con lazos con la masonería.

En 1921, Eduardo Dato, conservador “regeneracionista”, destacado líder conservador, partidario de la neutralidad de España en la Primera guerra mundial, resultó asesinado por tres pistoleros anarquistas. Pero en esos momentos, el pistolerismo ya se había hecho habitual en Cataluña, especialmente.

En efecto, entre 1917 y 1923, la patronal catalana, harta de sufrir atentados, contrató, con el beneplácito del general Martínez Anido, gobernador militar de Cataluña, a pistoleros profesionales que causaron en torno a 200 bajas entre los líderes obreros y anarquistas en una verdadera guerra civil entre bandas anarquistas y de la patronal, sin precedentes en ningún otro país europeo.

Las medidas de “acción directa” del movimiento obrero, incluían huelgas, sabotajes y atentados a patronos especialmente odiados por los sindicatos. La patronal, a su vez, respondió creando, por una parte “sindicatos libres”, a imitación de los sindicatos “amarillos”, católicos, que habían nacido en Francia, y, posteriormente, de estos sindicatos surgió el pistolerismo patronal. Por su parte, el gobierno autorizó a disparar contra detenidos que intentasen huir tras la detención (“Ley de Fugas”). Puede imaginarse el caos en el que había caído la región catalana, especialmente, tras el final de la Primer Guerra Mundial, cuando disminuyeron los pedidos procedentes de los países contendientes, aumentó el paro y con él la “guerra social”.

El “pistolerismo” fue uno de los elementos que terminaron desencadenando el golpe del General Primo de Rivera (gobernador militar de Cataluña) que, en pocos meses, liquidó el problema, reprimiendo al pistolerismo patronal y a las bandas armadas anarquistas. La política de “mano dura” y la “ley de fugas”, acabó en pocas semanas el fenómeno que solamente se reavivó en los primeros meses de la Segunda República.

Por entonces -e, incluso, en la actualidad- las derechas y el conservadurismo se han horrorizado por la violencia política, fuera cual fuera su forma, y muy especialmente por el terrorismo anarquista y, posteriormente, tras la desaparición efectiva del anarquismo y del anarcosindicalismo (durante los primeros años de la transición), por el terrorismo separatista (ETA) y de extrema-izquierda (FRAP, GRAPO). La izquierda progresista, por el contrario, ha mostrado mucha más desconfianza hacia las medidas represivas del Estado, resaltando la existencia de un terrorismo de extrema-derecha (especialmente durante los años de la transición).

Sea como fuere, en los últimos 150 años en la historia de España, el terrorismo ha sido habitual: “comprendido” por la izquierda socialista (lo que justifica el que desde Pablo Iglesias se hiciera “causa común”, hasta que Pedro Sánchez llame a la movilización electoral contra la “extrema-derecha” y pacte con los herederos de ETA, Bildu). A lo largo de todo este largo período, no han faltado teorías “conspirativas” y/o “conspiranoicas”, como suele ocurrir con todos los fenómenos de violencia política y social.



 









Los antecedentes históricos del franquismo (1) - La Restauración - El "Desastre del 98"

Ramiro Ledesma escribió en su Discurso a las Juventudes de España: “Resumimos así el panorama de los últimos cien años: Fracaso de la España tradicional, fracaso de la España subversiva (ambos en sus luchas del siglo XIX), fracaso de la Restauración (Monarquía Constitucional), fracaso de la dictadura militar de Primo de Rivera, fracaso de la República. Vamos a ver cómo sobre esa gran pirámide de fracasos se puede edificar un formidable éxito histórico, duradero y rotundo”. Era el año 1935. Desde entonces han pasado 90 años, casi un siglo. A esta pirámide podrían añadirse otros muchos fracasos: el fracaso histórico que supuso el estallido de la Guerra civil como colofón final al fracaso de República, los años del franquismo, los años de la transición, los cuarenta años de democracia…

Cada uno de estas estaciones requiere un análisis específico de todo lo que la precedido, sin el cual, sería difícil entender ese momento histórico. Puede hablarse de “fracasos espectaculares” en el caso de la Segunda República (que no dio ni libertad, ni pan, ni trabajo), de “fracasos consensuados como éxitos” en el actual “régimen” (que ha dado algo de pan, menos trabajo, demasiada corrupción y libertades en disminución) y de “fracasos relativos” en el caso del franquismo (que, como hemos dicho, dio “pan y trabajo”, pero no libertades)

En lo que se refiere al franquismo, si se trata de situarlo en la historia (algo inevitable si queremos llegar a una interpretación correcta), habrá que realizar antes un breve repaso a sus precedentes: fracaso de la Restauración, desastre del 98, radicalización social y política, fracaso de la Dictadura, hasta llegar al abismo en el que la República situó al país. Y lo vamos a hacer con la brevedad que exigen estas páginas. Eso nos permitirá entender algo que la “memoria histórica” del sanchismo ha desfigurado y desvirtuado: si hubo franquismo, fue precisamente porque era el único camino que quedaba para llevar al país a la modernidad: la mano de hierro que trajera pan y trabajo… aunque no libertad.

1. Fracaso de la Restauración (1874-1902)

La Restauración fue uno de esos momentos históricos necesarios para estabilizar el país a tenor de todo lo que la había precedido, especialmente desde la llegada de las tropas napoleónicas. Desde el reinado de Carlos IV las cosas habían ido de mal en peor. La derrota de Trafalgar acentuó la crisis del reinado de un monarca sólo interesado por la caza, que había entregado el gobierno a distintos validos y, finalmente, abdicado en su hijo Fernando VII. La farsa propia de un vodevil de la convocatoria de Carlos IV en Bayona, reclamando la corona a su hijo, sin saber éste, que su padre había cedido los derechos a favor de Napoleón, es uno de los episodios más chuscos y lamentables de este período.

El pueblo español, mayoritariamente, apoyó a Fernando VII y la presencia de las tropas napoleónicas en España, generó la sublevación popular del 2 de mayo, fecha en la que se inicia la “Guerra de la Independencia” que, sin embargo fueron tres guerras superpuestas: una guerra civil (porque no solo combatieron españoles contra franceses, sino “españoles afrancesados” contra “españoles patriotas”), una guerra de liberación nacional (contra la ocupación francesa y contra la monarquía napoleónica usurpadora), una guerra internacional (con ingleses y franceses persiguiéndose y combatiendo mutuamente). E, incluso, podría hablarse de una “guerra ideológica”, con liberales y conservadores a la greña.

Para colmo, en los años siguientes al final del conflicto, a pesar del apoyo inicial, con el que contó Fernando VII (su apoyo era “El Deseado”), desde entonces todo se torció: Retorno al absolutismo, represión liberal, pérdida de las colonias americanas. Mientras Europa se modernizaba y entraba en la Segunda Revolución Industrial, España empezaba a quedar muy atrás con el período de las tres guerras carlistas, el fracaso de todos los “ensayos liberales” y el inicio de las crisis sociales que se prolongarían durante un siglo. Durante el reinado de Isabel II (1833-1968) se consolidó el liberalismo, terminando el reinado con el “sexenio democrático” en el que hay que incluir los sucesivos fracasos de la monarquía de Amadeo I de Saboya y de la fugaz Primera República, que dio paso a la Restauración, en la figura de Alfonso XII y con el sistema de bipartidismo canovista, con su alternancia y con la constitución de 1876.

Con Cánovas, diseñador de la Restauración y uno de los grandes estadistas de su tiempo, se inicia un período de necesaria estabilidad, inexistente desde hacía un siglo. Pero también con él aparece, por primera vez, la figura de un estadista de derechas, moderado, que, en lugar de buscar soluciones radicales a los problemas, trata de parchearlos, uno tras otro. En aquel momento, se trataba de resolver la cuestión dinástica después de dos guerras carlistas, resolver la cuestión cubana y la insurgencia que avanzaba en Filipinas. Y, sobre todo, lograr un impulso económico que ayudara a que el país recuperara el tiempo perdido desde el reinado de Carlos IV y las crisis que siguieron.

La Restauración, en cierta medida, fue una “revolución burguesa” reducida, porque exiguo era el volumen de la burguesía española. En la Restauración todo se hizo a medias. Quien hable de “período democrático” se engaña: la Restauración se elevó sobre el fraude electoral sistémico, el caciquismo, forma que adoptaba la corrupción en la época. Gracias a ese sistema Cánovas pudo implantar el “bipartidismo” de estilo británico y lograr que funcionara durante dos décadas. El suyo era el Partido Conservador y el “rival”, el Partido Liberal de Sagasta.  El año antes de proclamarse la constitución de 1876, Alfonso XII lanza un decreto ordena al ejército “permanecer en total alejamiento de las luchas de los partidos y de las ambiciones políticas”. El ejército, por tanto, debía preocuparse de lo suyo y permanecer ajeno a la política. Pero esto no era fácil: a fin de cuentas, el ejército vive de los presupuestos del Estado que son calculados por la clase política. Por tanto, la mutua independencia entre ambos poderes que buscaba Cánovas, era poco menos que inviable, especialmente si tenemos en cuenta los frentes abiertos en Cuba, Filipinas y Marruecos.

El otro problema era la Iglesia: en el inicio de la Restauración, el Vaticano se oponía resueltamente al liberalismo. Y Cánovas era liberal. Eran los tiempos de “el liberalismo es pecado” y, si bien, no todos los católicos, inicialmente, colaboraron con la Restauración, un amplio sector de la Iglesia española se alineó con Cánovas, especialmente a partir de la llegada al Vaticano de Leon XIII que dulcificó la actitud católica. Normalizándose por completo en 1891 con la publicación de la Encíclica Rerum Novarum. Ahora bien, durante el período anterior, la Iglesia española, excesivamente vinculada a las clases altas había dejado descristianizadas a amplias zonas del país y a los grupos sociales más desfavorecidos. España seguía siendo católica (como reconoció la constitución de 1876), pero amplias zonas del país, especialmente en los campos de Andalucía existía un vacío religioso, paralelo a la pobreza. Para colmo, una parte de las élites culturales de la época, eran partidarias de un mediocre filósofo alemán Friedrich Krause (que proponía el racionalismo, el panteísmo, la libertad de cátedra, la tolerancia y la ética humanista). Expulsados de la Universidad por el canovismo en 1875, fundaron ese mismo año la Institución Libre de Enseñanza. A partir de entonces, pareció como si el “mundo de la cultura” estuviera vinculado en exclusiva a sector “progresistas”. El mito se ha mantenido hasta nuestros días.

En la primera década de la Restauración todo fue bien: se pacificó el país con el final de la Tercera Guerra Carlista y descendió la tensión independentista en Cuba. La continuidad dinástica parecía asegurada. Pero en la siguiente década, las cosas empezaron a torcerse. Se hizo evidente la inmoralidad del sistema electoral basado en el “turnismo” (alternancia en el poder de conservadores y liberales) y el caciquismo, la industrialización y la falta de derechos sociales generó la aparición de un movimiento obrero organizado que identificaba patronal con catolicismo, dirigido por socialistas y anarquistas que el sistema de la Restauración no supo integrar y que se radicalizarían más aún en las décadas siguientes; se agravó el problema colonial tanto en Cuba como en Filipinas, la desactivación del carlismo transformó a amplias franjas de éste en movimientos nacionalistas periféricos dirigidos por las burguesías regionales que creían que la independencia aumentaría sus beneficios contables.

La fecha crucial para el reconocimiento del fracaso de la Restauración sería el “desastre del 98”. Por entonces tres cuartas partes del país eran analfabetas: se entiende, pues, que siempre gobernasen por “turno” las élites conservadoras o liberales: los electores, controladas por los caciques, especialmente en la España rural (la mayoría del país) votaban lo que éste decidía. El hecho de que en 1888 se aprobase el “sufragio universal” por un gobierno liberal presidido por Sagasta, no puede considerarse un gran “avance social”, sino una garantía de que el sistema de alternancia caciquil y manipulación corrupta de los resultados electorales se mantendría sin alteración. Y es que, la Restauración no fue más que un sistema oligárquico en su cúspide y analfabeto y empobrecido en su base.

2. El Desastre del 98

Al igual que ocurre en la actualidad, en aquella época no faltaban elogios para jalear al sistema político y a la constitución de 1876 (“la más larga de cuantas ha tenido España”, se decía). En realidad, todo era ficción, fachada y artificio: la resolución a los problemas se iba parcheando, para colmo, la masonería, con mucho protagonismo en el primer tercio del siglo XIX, había vuelto a recuperar su influencia. Y, no sólo eso, en Filipinas había nacido una masonería autónoma, independentista (el “Katipunán”), justificada por el hecho de que la masonería “regular”, solamente admitía a “hombres libres y de buenas costumbres” y los aborígenes, tanto de EEU, como de las colonias inglesas, o los negros, ni seles consideraba libres, ni de “buenas costumbres”, mientras que en Cuba la masonería isleña era una prolongación de la norteamericana. Y ésta tenía una identificación completa con los designios de la política exterior norteamericana. Por lo tanto, las logias en Cuba trabajaron a favor de la expulsión de España del Caribe, de la misma manera que las logias españolas condicionaron las políticas de los sucesivos gobiernos de la época. Todo ello explica, tanto la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, como la crisis que atravesó la masonería española, desapareciendo prácticamente en las primeras décadas del siglo y solamente habiendo recuperado en los años de ausencia casi total, en la última etapa de la dictadura de Primo de Rivera.

Contrariamente a lo que se tiene tendencia a pensar, la flota española no estaba tan atrasada en 1898 como se ha presentado. Existían barcos de madera, pero también cruceros modernos y, de hecho, la flota dirigida por el almirante Cervera en Santiago de Cuba era superior en cantidad y calidad a la flota norteamericana. Sea como fuere, los EEUU estaban decididos a apropiarse de Cuba y Filipinas y utilizaron como casus belli, la extraña explosión del Maine que la prensa amarilla de Joseph Pulitzer y Randolph Hearst aprovechó para desatar la histeria contra España. Se sabe cómo terminó: pérdida de Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam. Los EEUU que buscaban salir del continente lo lograron a costa de España: el Tratado de París puso fin al conflicto (la presencia española en Asia ya no tenía sentido tras la pérdida de Filipinas y Guam, así que las Hearst Marianas, las Carolinas y el archipiélago de Palaos, fueron vendidas a Alemania). España estaba “sin pulso” como sentenció Francisco Silvela.

Sin embargo, fue a partir de ese momento en el que aparece un grupo de intelectuales (la “generación del 98”) y políticos (“regeneracionistas”) que toman conciencia de la gravedad de la situación y de las necesidades del país. En ese momento toman cuerpo algunos de los problemas ante los que reaccionarán esta y las posteriores generaciones de patriotas que tratarán de encarrilar nuestra historia, hasta 1975.

El “desastre del 98” es el primer aviso de que la Restauración ha tocado techo y no ha resuelto los problemas de España. La generación del 98 y los “regeneracionistas” son los primeros en levantar la voz para señalar que la decadencia es el resultado del atraso cultural, del caciquismo y de la falta de modernización del país. Así pues, la superación de la crisis solamente puede hacerse mediante un proceso de educación cultural (que solamente culminará en los años del franquismo, con la erradicación casi total del analfabetismo), con una reforma del sistema político que implica una dignificación de la autoridad y una lucha abierta contra el caciquismo y la corrupción. Joaquín Costa será el inspirador del movimiento. Su fugaz Unión Nacional no consiguió ser el “tercer partido”, ni romper la alternancia entre conservadores y liberales, pero sí influir entre los intelectuales de la “generación del 98” (más literaria, mientras el “regeneracionismo” era más político y técnico; ambos, en cualquier caso, tenían a España como principal preocupación). Salvo algunas reformas, el “regeneracionismo” no consiguió “curar” los males de España.

Otra de las consecuencias del “desastre del 98” fue la aparición de tensiones entre el “poder civil” y el “poder militar”. Unos y otros se acusaban mutuamente de la responsabilidad en lo sucedido: si tenemos en cuenta que la Restauración se apoyaba en la coalición de terratenientes, cerealistas andaluces, banqueros, industriales catalanes (textiles) y vascos (metalúrgicos), el fondo del conflicto era con un ejército que ya desconfiaba de la Restauración y las fuerzas civiles y oligárquicas que lo apoyaban.

España en esa época tenía en torno a 18.000.000 de habitantes, de los que quince pertenecían al proletariado, a la población rural y a los sectores más desfavorecidos, un tercio de los cuales -5.000.000- estaban por debajo de lo que hoy se conoce como el umbral de la pobreza. Entre un 60 y un 70% era analfabeta. Fue sobre este grupo sobre el que se cebó la propaganda anarquista que, a la vista de la situación, prosperó rápidamente.

Durante la restauración, España seguía siendo un país agrícola en sus tres cuartas partes. El único mercado mundial en el que nuestro país era hegemónico, era en el del vino y la exportación de cítricos era nuestra principal fuente de divisas. Sin embargo, éramos deficitarios en trigo (que había que importar). Fuera los núcleos industriales periféricos, la industria española era minúscula y la clase media todavía no había alcanzado un nivel de desarrollo comparable a otros países de Europa Occidental.

Esta situación se prolongó -con leves variaciones- hasta 1939 y explica perfectamente el por qué entre los sublevados que siguieron a Franco, y el propio Jefe del Estado eran “regeneracionistas” convencidos, dispuestos a llevar a España a la modernidad, proyecto en el que habían fracasado todos los intentos desde el 98 hasta la Segunda República.

En aquel momento, nadie se dio cuenta de que el “desastre del 98” fue también la primera gran derrota de Europa frente a los EEUU. A pesar de que España hiciera gala de neutralismo en las dos guerras mundiales, que en muchos sentidos pueden ser consideradas como “guerras civiles europeas”, estimuladas desde fuera del continente, lo cierto es que, desde la voladura del Maine (seguramente un autoatentado), Europa ha ido retrocediendo cada vez más: allí se inició el expansionismo norteamericano que luego pondría un primer pie en Europa durante la Primera Guerra mundial y, más tarde, confirmaría su hegemonía sobre Alemania durante el tiempo en el que se prolongó la Segunda Revolución Industrial, para terminar siendo hegemónica en economía y geopolíticamente competidor de la URSS, al concluir la Segunda Guerra Mundial e iniciarse la Tercera Revolución Industrial. Ciento veintisiete años después del “ciclo estadounidense”, Europa está reducida a una irrisión, prácticamente abandonado por los EEUU y en brazos de la República Popular China que solamente es capaz de estimular el miedo a Rusia para justificar un desarrollo de la industria armamentista, la única que quedará en apenas cinco años, tras los golpes que están recibiendo las industrias europeas de automoción por la competencia china.